DISCURSO DEL MINISTRO DE RELACIONES EXTERIORES DOCTOR DIEGO GARCIA-SAYAN,
EN LA SESION INAUGURAL DEL XXVIII PERIODO EXTRAORDINARIO DE SESIONES DE LA ASAMBLEA
GENERAL DE LA ORGANIZACION DE ESTADOS AMERICANOS
(Lima, 10 de setiembre de 2001)
Señor Presidente del Consejo de Ministros,
Señoras y Señores Cancilleres,
Señor Secretario General,
Señoras y señores:
El Perú que hoy los recibe es un Perú
democrático. Hace solamente un año el pueblo peruano luchaba vigorosamente por acabar
con la oscura noche del autoritarismo y la corrupción y por enrumbar al país por la
senda de la decencia y de la democracia de la que nunca debió de ser apartado. La
convicción democrática del pueblo y de sus dirigencias políticas resolvió una grave
crisis institucional recuperando la democracia y la vigencia del Estado de Derecho, con el
apoyo de la comunidad internacional. El pueblo peruano que los acoge está reconstruyendo
con decisión la democracia y se ha propuesto que su dolorosa experiencia sirva para
contribuir al fortalecimiento de los mecanismos hemisféricos de defensa de la democracia.
Nos convoca en esta Asamblea Extraordinaria
nuestro compromiso con la democracia, con el Estado de Derecho, con la libertad y con las
aspiraciones de justicia. Compromiso que ratificaremos y profundizaremos con la
aprobación de la Carta Democrática Interamericana.
Entre el propósito democrático de nuestro
encuentro y el hecho que el Perú sea la sede de esta Asamblea General, existe una
relación que va más allá de lo formal. Los padecimientos de una década sacrificada por
el autoritarismo y la corrupción y el posterior proceso de transición democrática que
vivió el Perú están en el origen de la iniciativa peruana de la Carta Democrática
Interamericana. Esta fue propuesta con la clara intención de corregir las insuficiencias
del sistema interamericano para la preservación y defensa de la democracia y poder
dotarlo de nuevos instrumentos que permitan asegurar que la Organización de Estados
Americanos juegue, en el futuro, un papel más eficaz en la defensa de la
institucionalidad democrática.
La democracia es un valor explícitamente
compartido por los países americanos. Pese a ello, la historia del continente ha estado
jalonada de golpes de Estado, dictaduras y violaciones a los derechos humanos. Junto a la
adscripción formal a la democracia, la vida política de la región muchas veces marchó
en dirección contraria. Esta realidad alimentó la percepción que los principios y las
normas de la Organización de Estados Americanos eran básicamente retóricas y que no se
traducían en herramientas eficaces para prevenir las alteraciones al orden democrático o
para poder reaccionar oportuna y apropiadamente frente a ellos.
La experiencia vivida por el Perú, a partir del
autogolpe que disolvió inconstitucionalmente el Congreso de la República en abril de
1992, la posterior evolución dictatorial del régimen y la organización de un proceso
electoral injusto y fraudulento destinado a perpetuar una tercera reelección
inconstitucional, puso a prueba la capacidad del pueblo peruano para forjar su destino en
defensa de la democracia y la libertad. Pero puso también a prueba al sistema
interamericano de promoción y defensa de la democracia.
El resultado final de los acontecimientos fue,
ciertamente, un triunfo de la democracia. No sólo para el Perú, sino para toda la
América Latina. El retorno a la democracia, al Estado de Derecho y a la vigencia de los
derechos humanos, fue en esencia el resultado de las luchas del pueblo peruano. De sus
movilizaciones en las calles. De la prensa libre que resistió a la dictadura y persistió
empecinada en la defensa de los valores de la libertad. De las organizaciones políticas
que supieron superar los escollos de una maquinaria antidemocrática. De las
organizaciones populares, municipales, vecinales y regionales. De los parlamentarios
democráticos, cuya acción fue decisiva para que la transición sea un ejemplo de orden,
disciplina constitucional y de respeto al Estado de Derecho. En fin, de todas las mujeres
y hombres del Perú, especialmente la juventud, que dijeron ¡basta! al poder político
arbitrario, al autoritarismo, a la ilegalidad, a la corrupción y a la violación
sistemática de los derechos humanos.
Este esfuerzo del pueblo peruano se llevó a cabo
en un contexto internacional, en el que la OEA fue un referente principal no exento de
ambivalencias. A estas alturas es inocultable que, en los hechos y en nombre de una real
politik que privilegió entonces pasajeros sondeos de opinión por encima de los
principios democráticos, en 1992 se toleró el autogolpe del 5 de abril, dándole
oxígeno a un régimen ilegítimo. Pero fue referente también, y en términos muy
positivos, durante el año 2000, ocasión en la que progresivamente asumió una
importancia determinante en favor de la transición democrática en el Perú, en
consonancia con las propias disposiciones de la Carta de la Organización, que hacen de la
democracia una obligación exigible a los Estados. El pueblo y el gobierno del Perú
aprecian y valoran esta inestimable contribución, y le expresa aquí, públicamente, su
reconocimiento. En especial a aquellos gobiernos que lideraron la iniciativa para
constituir una Misión de Alto Nivel de la que surgió la Mesa de Diálogo que cumplió un
papel crucial en la transición a la democracia.
Esa Misión de Alto Nivel, presidida por el
entonces canciller del Canadá Lloyd Axworthy, planteó una agenda sustantiva a ser
abordada entre el régimen autoritario de ese entonces y la oposición democrática. Dicha
agenda orientó los trabajos de la Mesa de Diálogo de manera determinante ya que tenía
que tratarse y resolverse por consenso. Es decir, por acuerdo entre los partidos de la
oposición democrática y el gobierno autoritario, con lo cual se restringía severamente
el margen de un gobierno y un Congreso de origen ilegítimo dada la naturaleza fraudulenta
del proceso electoral del que emergieron.
Es evidente que el instrumental preexistente,
diseñado básicamente para otro tipo de situaciones, resultó ser insuficiente para un
reto como el que plateó hace no muchos meses la situación peruana. Que sintetizó los
límites y las posibilidades de la Resolución 1080 y de los instrumentos entonces
disponibles así como de la necesidad de imaginar e impulsar nuevos procedimientos y
criterios que, como es evidente, tuvieron éxito.
¿Qué nos condujo a germinar la idea de la Carta
Democrática Interamericana? Muy claramente: el análisis de la experiencia peruana y la
reflexión sobre su proyección más allá del procedimiento y mandatos ad hoc diseñados
para el Perú a partir de la Resolución 1753. Guió al Perú democrático la proyección
responsable de las repercusiones futuras de su propia experiencia en la estabilidad
democrática de las Américas. El entonces Canciller de la República, Javier Pérez de
Cuellar, planteó esta iniciativa por primera vez en diciembre del año pasado en la
presentación del Consejo de Ministros del Gobierno de Transición ante el Congreso
Nacional.
En la Cumbre de las Américas en Québec los Jefes
de Estado y de Gobierno encomendaron formalmente a los Ministros de Relaciones Exteriores
la elaboración de la Carta Democrática Interamericana. Sobre la base de un primer
proyecto presentado por el Perú, enriquecido por los aportes de numerosas delegaciones,
el Consejo Permanente se abocó a la negociación de un texto que por sus propias
características era complejo, sensible y vinculado con aspectos sustantivos de la
política exterior y la política interna de nuestros países. A la Asamblea General
Ordinaria realizada en San José de Costa Rica se llevó un texto consensuado a nivel del
grupo de trabajo informal que negoció el texto. Este proyecto fue elevado a la categoría
de documento base por los cancilleres, los mismos que dieron al Consejo Permanente el
mandato de culminar la negociación con la finalidad de aprobar la Carta Democrática
Interamericana en la oportunidad que hoy nos convoca.
En este proceso, el proyecto de Carta Democrática
Interamericana dejó de ser una iniciativa peruana para pasar a ser un proyecto del
hemisferio americano. El compromiso, la adhesión y los aportes efectuados por todos los
países miembros de la OEA, la convirtieron progresivamente en una aspiración de los
gobiernos y los pueblos de las Américas. El dinámico proceso de participación de la
sociedad civil en la discusión del proyecto de la Carta y las numerosos y valiosos
aportes efectuados son una viva expresión de este clamor democrático. Muchas de las
iniciativas de la sociedad civil han enriquecido el texto final, por lo que debemos
felicitarnos, ya que la legitimidad de la democracia recae justamente en su capacidad de
convocatoria de todos los sectores de la sociedad.
El proyecto de Carta Democrática Interamericana
que ha aprobado formalmente el Consejo Permanente de la OEA y que espero sea aprobado por
los cancilleres el día de mañana, es un texto de trascendencia histórica. Por primera
vez en los más de cien años que tiene el sistema interamericano, se contará con un
cuerpo de principios, normas y mecanismos de acción, estructurados y articulados en un
documento único, que constituye una garantía multilateral y colectiva de preservación y
defensa de la democracia.
La Carta Democrática Interamericana se ha
elaborado en la perspectiva de la unidad conceptual y normativa entre la democracia y los
derechos humanos. Por ello, afirma el derecho a la democracia de los pueblos de las
Américas. El artículo primero estipula certeramente que "Los pueblos de América
tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y
defenderla".
Al mismo tiempo, la Carta Democrática
Interamericana tiene como núcleo central una redefinición y ampliación de los
mecanismos de acción para preservar y defender la institucionalidad democrática.
En primer lugar, aquellos que se activan para
obtener la cooperación de la OEA, en los casos en que los propios gobiernos
democráticamente electos puedan recurrir a la Organización para obtener la solidaridad
frente a situaciones que amenacen con afectar la vigencia del Estado de Derecho y la vida
democrática.
En segundo lugar, los casos en los que se afecten
el desarrollo del proceso político institucional democrático o el legítimo ejercicio
del poder. Estas son las hipótesis propias de la Resolución 1080. Hipótesis en las que
se prevén iniciativas del Secretario General y acciones del Consejo Permanente para
preservar la institucionalidad democrática afectada.
En tercer lugar, los casos de acción colectiva en
las hipótesis de ruptura del orden democrático o de alteración del orden
constitucional. Casos estos en los que, en conformidad con la cláusula democrática
aprobada por los Jefes de Estado en Québec, la acción colectiva de defensa de la
democracia puede llegar al establecimiento de sanciones diplomáticas a los gobiernos que
hayan usurpado el poder legítimo o que, habiendo accedido al poder por elecciones libres
y justas, afecten la institucionalidad democrática en el ejercicio arbitrario de ese
poder.
Más allá de las sanciones diplomáticas que se
podrán imponer, la Carta maneja una lógica contundente de retorno a la institucionalidad
democrática afectada. Y por ello, con reiterada insistencia, marca el camino para ejercer
todas las acciones diplomáticas necesarias en la búsqueda de la restauración
democrática en el país donde haya sido objeto de una ruptura o de una grave alteración,
aún así el gobierno de este país haya sido suspendido en el ejercicio de sus derechos
en la Organización. Este es el sentido teleológico de la Carta: actuar hasta que la
democracia sea restaurada.
La Carta contempla otros aspectos fundamentales de
la vida democrática, como aquellos referidos al mantenimiento de la legitimidad de las
instituciones de la democracia y el Estado de Derecho: Destacan las relaciones entre la
democracia y la lucha contra la pobreza y la extrema pobreza. Asimismo, las cruciales
cuestiones relativas a la rendición de cuentas de los gobernantes, la probidad en el
ejercicio del poder, la lucha contra la corrupción como elemento esencial en la
institucionalidad democrática, y, finalmente, las tareas pendientes de la promoción de
una cultura democrática en todos los sectores de la sociedad.
Señoras y señores:
La Carta Democrática se constituirá en una pieza
clave del nuevo sistema de defensa colectivo que los pueblos y los tiempos actuales
reclaman de nuestros gobiernos. Un sistema de acción colectiva orientado a hacer frente a
las amenazas a la democracia y los derechos humanos. A luchar contra la pobreza y contra
el crimen organizado. Son todas estas las verdaderas amenazas a la seguridad y estabilidad
de nuestros pueblos y sociedades. Atrás quedan obsoletas estructuras de seguridad
colectiva centradas en componentes militares y surgidos de una guerra fría que ya
concluyó.
La democracia es el sistema de gobierno y de
organización del Estado y la sociedad que posibilita el goce de los derechos humanos y
las libertades fundamentales. En esta percepción de la democracia la vocación por la
justicia social encuentra pleno sentido y coherencia. La democracia supone, por
definición, que nadie esté excluido. Lo que incluye la lucha frontal contra la pobreza y
la extrema pobreza. Demanda también probidad y transparencia en la gestión pública.
Controles democráticos e institucionales sobre los gobernantes. Respeto por la diversidad
y un enfoque de genero que lleve la democracia a la totalidad de las relaciones sociales.
Esos son los retos del presente.
Estos conceptos han inspirado el contenido de la
Carta Democrática cuyo proceso de elaboración ha sido obra de todos. Por ello, además
de sus valores democráticos y jurídicos intrínsecos, la Carta tiene el valor de
expresar una conducta internacional responsable y un sentimiento de pertenencia colectiva.
Hemos demostrado que cuando existe voluntad política, los pueblos y gobiernos americanos
podemos emprender grandes tareas y culminarlas con éxito.
Señoras y señores:
Quiero agradecer a todos y cada uno de ustedes y a
sus respectivas delegaciones por sus aportes valiosos al texto de la Carta, sus
contribuciones en cada uno de los artículos, su actitud constructiva para superar los
problemas y los obstáculos. Como dije al principio, fue una idea peruana inspirada en
problemas, aspiraciones y valores que nos son comunes. Pero el resultado es una Carta de
todos los gobiernos y pueblos de las Américas. Que esencialmente es un legado a las
futuras generaciones, para que cuenten con mayores instrumentos para defender sus ideales
de democracia, justicia y libertad.
El gobierno del Perú y en especial el Presidente
de la República, doctor Alejandro Toledo, que frente al fraude electoral y la
destrucción de la división de poderes que vivimos los peruanos, opuso su terca y firme
voluntad democrática, movilizando al pueblo en las calles, los recibe con los brazos
abiertos. Estamos convencidos que al suscribir la Carta Democrática Interamericana
enviaremos un mensaje a nuestros propios pueblos, de compromiso con sus aspiraciones e
ideales. Con sus luchas y sus utopías.
Pero también un mensaje más concreto para crear
la estabilidad que nos permita a pueblos y gobiernos emprender con éxito la tarea
histórica de generar justicia y bienestar en nuestras naciones. Y así desarrollar las
bases sociales y materiales de una más amplia y sólida fraternidad democrática en las
Américas.
Muchas gracias.
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