Para comenzar, me permito decir que es para mí un honor estar en este primer período de sesiones que la Corte Interamericana de Derechos Humanos celebra en un país miembro de CARICOM; una región a la que me une una especial afinidad.
Tengo entendido que hay un particular interés en llevar a cabo este período de sesiones en Barbados pues se desea crear conciencia entre los ciudadanos de este país y del resto del Caribe sobre la obra de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Esto, Excelentísimos señores, permite que los ciudadanos del Caribe conozcan los beneficios del sistema interamericano de derechos humanos e insta a los países que aún no lo han hecho a que reconozcan la competencia de la Corte.
Tras la segunda guerra mundial, el tema de los derechos humanos adquirió relevancia en el plano internacional y fue precisamente en nuestra región, las Américas, que adquirió una destacada dimensión en la lucha del hombre por la libertad. Meses antes de que la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamara la Declaración Universal de Derechos Humanos, el 10 de diciembre de 1948, la Organización de los Estados Americanos había ya aprobado la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, en la Conferencia de Bogotá, donde también se firmó la Carta de la Organización de Estados Americanos. Una década después, en la quinta reunión de consulta celebrada en Santiago de Chile, se creó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, cuya incesante e inestimable labor no preciso recalcar. En 1969 se dio la firma de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, Pacto de San José de Costa Rica, con la que se dio vida a la Corte.
Aquí, como en muchas otras cosas, se encuentra la esencia y el carácter histórico de las Américas. La unidad de la humanidad, que había proclamado Fray Bartolomé de las Casas, fue el precursor necesario de la frase “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en cuanto a sus derechos”, que daría lugar a la Revolución Francesa. Podríamos decir, entonces, que la lucha por los derechos humanos está en nuestros orígenes, está inscrita en el acta de nacimiento de las Américas.
Aquí en las Américas hemos completado el círculo pues tenemos una declaración de principios, un convenio ratificado y una Comisión y una Corte encargadas de promover y proteger los derechos humanos de nuestros ciudadanos.
Desde la perspectiva de los pueblos de las Américas, es fundamental reconocer los esfuerzos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos para crear un foro en donde los países y las víctimas o sus representantes (o la recientemente creada figura del Defensor Interamericano que la propia Corte podrá nombrar) puedan presentarse y exponer sus casos sobre las más complejas cuestiones de derechos humanos, en igualdad de condiciones con los representantes de los Estados Miembros. Este acceso a la Corte es, en sí mismo, un logro importante del sistema.
Cabe recordar que en el artículo 3 de la Carta de la Organización de los Estados Americanos se reafirman principios que son muy pertinentes a la esfera de los derechos humanos, tales como:
3.b) El orden internacional está esencialmente constituido por el respeto a la personalidad, soberanía e independencia de los Estados y por el fiel cumplimiento de las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional; y
3.l) Los Estados americanos proclaman los derechos fundamentales de la persona humana sin hacer distinción de raza, nacionalidad, credo o sexo.
Por otra parte, en un ejercicio realizado entre mayo y septiembre de este año entre los Estados Miembros reunidos en el Consejo Permanente de la OEA en Washington, D. C., con ocasión del décimo aniversario de la Carta Democrática Interamericana, los países subrayaron el evidente y necesario vínculo entre los derechos humanos y la democracia. En ese sentido, llegaron hasta afirmar que sin el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales no hay democracia y, por ello, los Estados Miembros seguirán esforzándose por fortalecer el sistema interamericano de derechos humanos con acciones concretas.
Insistieron también en la necesidad de enfrentar los desafíos en materia de derechos humanos en el continente, incluidas todas las formas de discriminación, la violencia contra la mujer, las desapariciones forzadas, las ejecuciones extrajudiciales, las violaciones a las garantías legales, a la libertad de expresión y los derechos de los trabajadores migratorios y sus familias, por mencionar unos cuantos.
Es indudable que existe un vínculo sólido entre la democracia en el sistema interamericano y los derechos humanos; su plena observancia es una labor que los pueblos exigen y que los gobiernos tienen la obligación de garantizar a diario.
Por ello, permítanme manifestar ahora mi regocijo pero al mismo tiempo también reflexionar sobre lo que nos queda por hacer para proteger eficazmente la vida, la libertad y la dignidad de las personas. Al mirar hacia el futuro nos damos cuenta de lo mucho que nos queda todavía por hacer en la lucha por los derechos y libertades fundamentales de hombres y mujeres en nuestro continente.
Los derechos humanos tienen como base el principio más sublime posible: la dignidad del hombre. La inalienabilidad de este principio no admite excepciones y sin su plena observancia todos los demás logros alcanzados por una comunidad carecen de sentido.
No podremos garantizar la paz en nuestra región, no habrá verdadera justicia en las Américas ni dará frutos la observancia de los derechos humanos básicos en la medida en que haya un solo hombre o una sola mujer en cualquiera de nuestros países cuyas necesidades básicas de alimentación, vivienda, salud o educación no estén cubiertas, o si sufre la incertidumbre por el futuro de sus hijos. La negación de la dignidad humana tiene muchas facetas.
Como representante de la OEA en este importante evento, permítanme destacar también la prioridad que los funcionarios elegidos dan a la cuestión de la universalización de los instrumentos interamericanos de derechos humanos, como queda de manifiesto principalmente en la Convención Americana sobre Derechos Humanos. La Asamblea General ha instado a los Estados Miembros a prestar atención a esta cuestión clave durante más de una década y, aunque queda un largo camino por recorrer, hemos avanzado algo en esta tarea. La universalización de los instrumentos interamericanos de derechos humanos, lejos de ser algo meramente teórico, tiene muchos significados prácticos:
• Garantía de un enfoque común a uno de los cuatro pilares de la Organización, razón por la cual la universalización permitiría presentar una OEA que realmente comparte valores comunes.
• El papel de la Corte y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se vería significativamente fortalecido.
o Esto podría tener un impacto en la posibilidad de que ambos órganos funcionen en forma permanente: una aspiración de todos los pueblos de nuestro continente, sobre todo, de los defensores de los derechos humanos y de las víctimas de violaciones de los derechos humanos.
La Convención Americana sobre Derechos Humanos, que fue aprobada con el Pacto de San José en 1969 y que entró en vigor en 1979, sólo ha sido ratificado por dos tercios de los Estados Miembros de la OEA.
Esto significa que el más alto órgano de derechos humanos de la Organización no tiene jurisdicción sobre un tercio de los Estados Miembros; incluidos entre esos países tenemos a Canadá, Estados Unidos y ocho países del Caribe. Mientras el sistema interamericano de derechos humanos sólo funcione para América Latina y algunos países del Caribe, tendremos un sistema desequilibrado e incapaz de proporcionar protección igual a todas las víctimas de violaciones de los derechos humanos en un continente que toma en serio su integración.
No debemos subestimar los destacados logros del sistema interamericano de derechos humanos hoy. Sin embargo, nuestro sistema podría tener un impacto tanto más fuerte si todos los Estados Miembros reconocieran la competencia de la Corte.
En mi calidad de ciudadano del Caribe, no puedo dejar de subrayar la importancia de este período extraordinario de sesiones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos inaugurado hoy aquí, en Bridgetown, Barbados.
Para los expertos en derechos humanos, los académicos, las organizaciones de la sociedad civil caribeña, los funcionarios de los cuatro países del Caribe que aceptan la competencia de la Corte (Barbados, Haití, Suriname y República Dominicana) y para la OEA, a la que represento hoy ante ustedes, ésta es una ocasión histórica que esperamos realmente no sea la única en la región y, lo más importante aún, que esperamos haya más ratificaciones de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y que más Estados del Caribe y de Norteamérica acepten la competencia de la Corte.
Quiero aprovechar la oportunidad para agradecer a todos los jueces por su amable invitación para que las autoridades electas de la OEA asistieran a la ceremonia de apertura del 44 período extraordinario de sesiones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Permítanme rendir homenaje a su fidelidad a la democracia, a su ejemplar e inquebrantable solidaridad con la suprema causa de la dignidad y el respeto por los seres humanos y sus derechos fundamentales.
Si bien reconocemos que las contribuciones que todos los jueces de los países de las Américas han hecho a la Corte Interamericana de Derechos Humanos son todas importantes, quisiera rendir un especial homenaje a la eminente jurista caribeña, la Juez Margarette May Macaulay de Jamaica. Me gustaría también hacer un público reconocimiento de los dos jueces recién electos
No podría concluir sin antes agradecer a las más destacadas personalidades internacionales que han hecho un esfuerzo por estar aquí con nosotros; las autoridades que nos honran con su presencia y que han colaborado extraordinariamente para hacer posible este evento. Y, por último, deseo expresar mi más sincero agradecimiento al noble pueblo de Barbados, que al acoger este evento manifiesta su esperanza y confianza en la Corte.
Me permito hacer un llamamiento a los Estados Miembros de la OEA para que no permitan que ocasionales desacuerdos nublen su sentido de responsabilidad y los nobles propósitos de la Organización. Asimismo, los insto a que sigan contribuyendo al fortalecimiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, no sólo para que podamos estar a la altura de nuestra noble tarea de proteger la dignidad humana, sino también para que, a pesar de los problemas que podamos enfrentar, contribuyamos a un mejor futuro, llenos de fe en lo que puede lograr una América unida.
Para concluir, me permito desearles mucho éxito en su trabajo, complicado por los delicados asuntos que deben tratar y los posibles efectos para la jurisprudencia de la región.